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Reflexión: El problema del monje 

 

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Escúchala aquí :

Un monje le dijo una mañana a su maestro que tenía un problema que deseaba comentar con él, y este le contestó que esperase hasta la noche.

Cuando llegó la hora de dormir, el maestro acudió al dormitorio y preguntó dirigiéndose a todos los discípulos:

 ¿Donde está el monje que tenía un problema? ¡Que salga aquí ahora!

El aludido lleno de vergüenza dio un paso al frente. Al verlo, el maestro dijo:

 Monje, has aguantado un problema desde la mañana hasta la noche. Si tu problema hubiese sido que tenías la cabeza debajo del agua no habrías aguantado con él más de un minuto. ¿Qué clase de problema es ese que has sido capaz de aguantarlo durante horas?

Este breve cuento de origen zen nos ayuda a poner la mirada en  una situación que nos es común.

Muchas veces llamamos problemas a cualquier cosa. Somos expertos en convertir un pequeño contratiempo en un inconveniente, un inconveniente en una dificultad y, por fin, la dificultad la convertimos en un problema. Es decir, sin darnos cuenta en la mayoría de ocasiones, el pequeño contratiempo queda transformado en problema y como tal lo abordamos.

Y obviamente no es lo mismo afrontar un pequeño contratiempo que un problema. Nos solemos enfrentar a los inconvenientes y los contratiempos de modo ejecutivo, con el esfuerzo justo, sin aspectos emocionales añadidos, con el único objetivo de solucionarlos del modo más eficaz posible. Es cierto que muchos contratiempos son en verdad costosos y nos cuestan esfuerzo, sobre todo aquellos que interrumpen o modifican planes elaborados. Especialmente a aquellos a los que les encanta hacer planes. Pero un problema, un verdadero problema es algo distinto.

El monje zen recibió de un modo directo una enseñanza ejemplar. Seguro que a partir de ese momento aprendió a diferenciar un inconveniente de un problema.

Autor: Desconocido

«Los problemas son como las piedras: puedes usarlos como anclas para hundirte en el mar o como escalones para subir y ser mejor.»

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